Un monje de los tiempos pasados dijo: “Necesito aceite” así que plantó un renuevo.
Oró y en su oración pidió: “Señor para que sus tiernas raíces puedan nutrirse y desarrollarse, necesitan lluvia. Envía lloviznas apacibles.” Y el Señor envió lluvia.
“Señor”, oró el monje, ¨mi olivo necesita sol. Te ruego que lo envíes¨. Y el sol resplandeció y doró las nubes goteantes.
“Ahora Señor envía una helada para que afirmen sus tejidos”, suplicó el monje. La helada vino y el arbolito estuvo resplandeciendo con el color de la nieve, pero por la noche, esto le costó la vida.
El monje buscó en una celda a uno de los hermanos de la comunidad y le contó la experiencia tan rara que había tenido. Entonces le dijo:
“Yo también sembré un arbolito, el cual se desarrolló admirablemente, pero yo confié mi arbolito a Dios.”
Aquel que lo hizo, sabe mucho mejor que yo, lo que él necesitaba. No establecí condición alguna, ni fijé maneras ni formas como criarlo, lo que hice fue plantarlo y decir, “Señor, envía lo que necesite, tormenta o sol, viento, lluvia, calor o frío. Tú lo has hecho y sabes lo que necesita”
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