Cuenta la leyenda que los embajadores de los dioses se reunieron en las Isla de los Tornados. Después de largas sesiones de discusión y haber llevado a cabo una serie de experimentos poco comunes, con las propiedades más destacadas y extraídas de todos los seres vivientes e inertes, al fin habían logrado crear una especie de semilla poco usual pero de un valor incalculable.
Tras haber creado la mentada semilla surgió entre ellos el dilema de qué nombre debía llevar. Unos propusieron llamarle Elán, otros Virtus, algunos Hímeros, entre otros. Las propuestas fueron tantos que concluyeron formando un desacuerdo caótico. Entonces surgió la voz del embajador más anciano, de pelaje blanquecino y de tan solo ocho barbas blancas que apenas se deslizaban por su rostro. El anciano dijo:
- Ya que no os ponéis de acuerdo, respecto del nombre del resultado de nuestros experimentos, os sugiero darle el nombre de Genio, que significa: ‘lo inacordado’, ‘lo innominado’, ‘lo incomprendido’, ‘lo increíble’, ‘lo que viene y va’, ‘lo que está ahí’, ‘lo incógnito’, ‘lo perenne’, ‘lo infinito’, ‘lo inmortal’.
Todos estuvieron de acuerdo, pero surgió el dilema siguiente: ¿dónde esconderlo? Entonces uno de ellos sugirió:
– Enterremos en lo más profundo de la tierra, al que ningún ser humano podrá tener acceso.
El más perspicaz replicó: