La mejor maestra

Al igual que cada año, al iniciarse el nuevo curso, la profesora María miró a sus alumnos de 5º grado de primaria y les dijo con una gran sonrisa que a todos los quería por igual. En su interior sabía que mentía, puesto que en el fondo de la clase, desparramado sobre su asiento en la última fila, estaba un niño llamado Juan González.

La profesora María había observado a Juan y no le gustaba. Había notado que no acostumbraba a jugar con otros niños, su vestir era descuidado y a menudo parecía necesitar una buena enjabonada. Juan era un niño un tanto desagradable, molesto para todos. Sus trabajos siempre estaban mal y, a menudo, recibía las burlas de sus compañeros. A pesar de las malas notas que le imponía no mejoraba. Realmente no le gustaba este niño.

Como cada año llegó el momento en que María tuvo que revisar el historial de sus alumnos para evaluar su trayectoria escolar. Distraídamente dejó el expediente de Juan para el final. No le apetecía leerlo y mucho menos escribir sobre él. Pensaba recomendar encarecidamente su traslado a otra escuela menos prestigiosa. Es por ello que cuando finalmente abrió el expediente se llevó una gran sorpresa. La profesora de primer grado había escrito: Juan es un niño muy brillante con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales. Es un placer tenerlo cerca.

La profesora de segundo grado había escrito: Juan es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se le nota preocupado. Su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en casa debe ser muy difícil.

La profesora de tercer grado escribió: Su madre ha muerto, ha sido muy duro para él. Trata de hacer sus tareas lo mejor que puede, pero su padre no muestra demasiado interés. El ambiente en su casa pronto le afectará si no se toman medidas al respecto.

Su profesora de cuarto grado escribió: Juan se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones duerme en clase.

Ahora la profesora María se había dado cuenta del problema y estaba muy enfadada con ella misma. ¿Cómo podía haber actuado así? Realmente estaba muy apenada. Y, de hecho, comenzó a sentirse aún peor cuando sus alumnos le entregaron los regalos de Navidad, todos ellos envueltos en brillantes papeles y adornados con preciosos lazos, excepto el de Juan. Su regalo estaba mal envuelto en un papel amarillento metido dentro de una vieja caja de zapatos.

A la profesora María le horrorizaba tener que abrir ese regalo en presencia de los otros alumnos. Y cuando ella les mostró el contenido: un viejo brazalete y un frasco de perfume, con solo un cuarto de su contenido, algunos niños comenzaron a reír.

Ella detuvo las burlas de los niños al momento, exclamando lo precioso que era el brazalete mientras se lo probaba y se colocaba un poco del perfume en su muñeca. Juan González se quedó ese día después del final de la clase y antes de irse le dijo: "Profesora María, hoy usted huele como solía oler mi mamá". Después de que el niño se fue, María lloró durante horas y desde ese día dejó de enseñar a los niños para empezar a educarlos. No les enseño sólo aritmética o a leer y a escribir, sino que empezó a educarlos en el respeto y el amor.

La profesora María puso especial atención en Juan. En cuanto comenzó a trabajar con él, su cerebro comenzó a revivir. Cuanto más lo apoyaba, más rápido respondía él. Al final del ciclo escolar, Juan se había convertido en uno de los niños más avanzados de la clase y, a pesar de su pequeña mentira de que quería a todos sus alumnos por igual, Juan se había convertido en uno de sus más queridos alumnos.

Un año después, encontró una nota debajo de su puerta. Era de Juan. Le decía que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida. Seis años después por las mismas fechas, recibió otra nota de Juan. Ahora le escribía para decirle que había terminado la preparatoria siendo el tercero de su clase y ella seguía siendo l a mejor maestra que había tenido en su vida.

Cuatro años después, recibió otra carta donde le contaba que a pesar de que en ocasiones las cosas fueron muy duras, se había mantenido en la escuela y pronto se graduaría con los más altos honores. En ella, le reiteraba a María que seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y su favorita. Cuatro años después recibió otra carta. En esta ocasión le explicaba que después de concluir sus estudios universitarios, decidió viajar un poco. La carta le recordaba que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido y su favorita, pero ahora su nombre se había alargado un poco, la carta estaba firmada por el Doctor Juan González.

La historia no termina aquí, existe una carta más. Juan ahora le decía que había conocido a una chica con la cual iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacía un par de años y le preguntaba a su antigua profesora si le gustaría ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio. Por supuesto, la anciana profesora María aceptó. Y adivinen... Ella fue arreglada con el viejo brazalete, y el mismo perfume que Juan recordaba había usado su madre durante la última Navidad que pasaron juntos. Se dieron un gran abrazo y el Dr. Juan González le susurró al oído, "Gracias profesora María por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y valioso. Por mostrarme que yo puedo ser útil a los demás". La profesora María con lágrimas en los ojos, tomó aire y dijo, "Juan, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó a mí que yo podía ser diferente. No supe cómo educar hasta que te conocí".

Donde quieras que vayas y hagas lo que hagas, siempre tendrás en tu mano la oportunidad de tocar o mejorar los sentimientos de alguien. Hazlo siempre que puedas y trata de hacerlo de forma positiva. Recuerda: "Los amigos son ángeles que nos levantan sobre nuestros pies cuando nuestras alas tienen problemas para recordar como volar".

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