Cierta vez, un hombre descontento tuvo un naufragio y fue a parar en una isla desierta. Vivió allí durante cinco años, y durante ese tiempo no pasó ningún barco.
Construyó allí una pequeña choza pero, conforme comenzó a vivir allí, ansiaba también continuamente estar en el mundo que antes vivía. Sin embargo, como todo era tan pacífico, como nunca había pensado, el lugar colmaba sus expectativas de paz. Nunca había sabido, ni siquiera imaginado, que existía una paz tal. Pero como la isla estaba completamente desierta, el hecho de que no había nadie, comenzó a ser el único problema, de lo contrario, todo hubiera sido perfecto.
Las corrientes de las aguas eran bellas, como en las islas exóticas del mundo, los árboles estaban llenos de fruta; podía comer, podía descansar; no había ninguna preocupación, nadie de quien preocuparse, nadie que trajera problemas. Y él, que siempre había pensado que algún día le gustaría vivir en un lugar tranquilo, todo armónico, lleno de paz, ¡de repente sintió que se encontraba en el lugar más anhelado! Pero era insoportable, debido al silencio.
La isla estaba cubierta de silencio y, para él, se hacía cada vez más difícil soportarlo. Sin embargo, como era de profesión arquitecto, tuvo la idea de comenzar a construir cositas, pequeñas maquetas, sólo para mantenerse ocupado. Construyó unas callecitas y a cada uno les puso un nombre; edificó no una, sino dos edificios; una cerca de su hogar, otra en el otro extremo del pueblo; erigió pequeñas tiendas para ir a comprar. En fin, creó un pueblo entero, con todos sus detalles.
Posteriormente, después de cinco años, cuando llegó un barco y ancló en la bahía, el hombre estaba muy feliz. Otro hombre llegó a la orilla en un botecito. Salió corriendo y se quedó perplejo: el hombre salió del bote con un gran fajo de periódicos. Entonces le preguntó:
— ¿Para qué sirven estos diarios, por qué los trajo aquí?
Y el capitán del barco dijo:
— ¡Primero revíselos, vea lo que está sucediendo en el mundo y luego díganos si aún quiere que lo rescatemos!
El hombre arrojó los periódicos al mar y dijo:
— ¡Qué tontería! Pero antes de entrar al barco, le mostraré mi pueblo.
Entonces le mostró el pueblo, pero el capitán se extrañó cuando le mostró la segunda iglesia. Le dijo:
— Puedo entender que haya construido una iglesia para rezar en ella, pero ¿por qué esta otra?
Entonces el náufrago le respondió:
— Esta es la iglesia a la que asisto, y ésta otra es la iglesia a la que no voy.
La mente del ser humano funciona así, de manera dual. La dualidad es la base de la existencia de todas las cosas.
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