¿Qué es el chisme?

Un maestro sufí había llegado a un pueblo, cuyos habitantes se encontraban alborotados por el chisme de que la mujer más bella de la aldea había roto la norma más grande de la moralidad de la aldea. Él dejó su barca atada a un tronco y fue al encuentro de la multitud.

Entre tanto, sucedió que la mujer, enterada de la llegada del hombre espiritual, abriéndose un sendero entre la multitud, fue a arrojarse a los pies del gran del maestro implorando misericordia, pues toda la población estaba enardecida contra ella.

Se trataba de una mujer joven y bella, razón por la cual todas las demás pueblerinas solían tener una gran envidia de su belleza y habían hecho correr, por todo el pueblo, el chisme de que la tal mujer había cometido adulterio y que debía ser condenada a pasar el resto de su vida en una fosa profunda donde no llegaba la luz.

Pero como toda la trama era producto de la envidia, el juez -antes de dictar la condena- esperó el parecer del Maestro Sufí que de tiempo en tiempo solía visitar la comarca. Y, como el religioso ya estaba allí, el juez procedió:

- Maestro, en los últimos días ha corrido la noticia de que la mujer que tienes a tus pies ha roto la moralidad de este pueblo. Según nuestras normas, una mujer que comete adulterio, debe ser condenado a la fosa común donde perecen todos los inmorales, delincuentes y malhechores.

Entonces el Maestro miró el rostro de la condenada y, no hallando culpa alguna, preguntó:

- ¿Donde están los testigos?

Las autoridades civiles presentaron dos testigos, quienes eran unos malhechores y delincuentes, que habían recibido una suma de dinero para declarar que la acusada había sido sorprendida infraganti. Y, como las declaraciones no tenían coherencia alguna ni objetividad requerida, el maestro nuevamente dirigió su mirada a la mujer... Luego dijo a los testigos:

- ¡Traedme tres pollos!

Los testigos cumplieron el orden y presentaron los tres pollos. Luego, el Sufí ordenó:

- ¡Matadlos!

Así lo hicieron. Y el maestro prosiguió:

- Ahora recorred todo el pueblo, desplumando los pollos. Después de haber terminado vuestro oficio, ¡traédmelos!

Los tres bandidos procedieron con la orden. Uno fue recorriendo por la parte central del pueblo, el otro por el lado sur y el tercero por el lado norte. Terminada la tarea, retornaron y se presentaron ante el religioso con los pollos desplumados en las manos.

Después de la escena que toda la población había observado, el maestro ordenó:

- ¡Volved por la misma ruta por donde habéis ido desplumando los pollos, y recoged todas las plumas y traédmelos!

Los testigos discreparon:

- Pero, Maestro, es usted muy exigente y pide cosas imposibles.

Entonces el maestro sentenció:

- El chisme que vosotros habéis hecho correr, acerca de esta mujer, es así. Son como las plumas imposibles de recogerlas. El daño que habéis hecho es grande, no podrá ser reparado, ni con su propia vida. En cuanto a esta mujer, ¡Miradla! ¡Es inocente!

Dicho esto, el religioso se dirigió al templo. Las gentes se retiraron a sus casas, atónitos, sin nada que decir.

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