Mis hijos, ven flores para regalarme y soplan la pelusa blanca pensando en un deseo.
Cuando un mendigo me sonríe... veo a una persona sucia que probablemente quiere que le dé algo de dinero y eso me incomoda...
Mis hijos ven a alguien que les sonríe y ellos responden con otra sonrisa.
Cuando oigo música, me siento y escucho porque no sé cantar y no tengo ritmo...
Mis hijos cantan, bailan y si no saben la letra, se la inventan.
Cuando siento un fuerte viento en mi rostro despeinándome y empujándome hacia atrás, lo resisto con todas mis fuerzas...
Mis hijos cierran sus ojos, abren sus brazos y se dejan arrastrar por él, hasta que caen al suelo vencidos por la risa.
Cuando yo oro, digo tú y nosotros. Concédeme esto y dame aquello...
Mis hijos dicen, ¡Hola Dios!, te doy las gracias por mis juguetes y mis amigos. Ayúdame a no tener malos sueños ni pesadillas esta noche y cuídame, todavía no quiero ir al cielo.
Cuando veo un charco de lodo, rápidamente me alejo de él, porque ya me imagino zapatos llenos de lodo, alfombras y suelos sucios...
Mis hijos se sientan en él, Ven diques para construir, ríos para cruzar y toda clase de animales para jugar.
Yo me pregunto, ¿los hijos nos fueron dados para enseñarles o para aprender de ellos?
“Es necesario que aprendamos a apreciar las pequeñas cosas de la vida. Por eso te deseo que tu vida esté llena de dientes de león, fuertes vientos y. . . grandes charcos de lodo”.
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