Había una vez un ambicioso muchacho que siempre soñaba con que algún día llegaría a ser general del ejército. Era inteligente y las cualidades que poseía eran más que suficientes para alcanzar cualquier cosa que se propusiese. Él temía a Dios, le agradecía por su capacidad y oraba intensamente para que le sea concedida la gracia necesaria para alcanzar su sueño.
Desafortunadamente cuando llegó el día de que se enrolara en el ejército fue rechazado debido a que tenía pie plano. Después de varios intentos renunció a la idea de algún día convertirse en general, y culpaba a Dios por no escuchar su oración.
Se sentía solo, emocionalmente golpeado y sobre todo, ira, como nunca antes había experimentado. Ira que empezó a proyectar en contra de Dios. Sabía que había un Dios pero ya no creía en Dios como un amigo, sino como un tirano. Ya no rezaba ni asistía a la Iglesia. Cuando la gente hablaba de Dios como el Dios que es todo amor solía plantearles preguntas tan complicadas que dejaban a los creyentes perplejos.
Posteriormente decidió ingresar a la universidad para ser doctor. Y así sucedió, llegó a ser doctor y algunos años después, un cirujano muy calificado. Fue un pionero en operaciones delicadas, en las que el paciente no tenía muchas posibilidades de sobrevivir excepto en las manos de este joven cirujano. Gracias a él, sus pacientes tenían una oportunidad, la de una nueva vida.
A través de los años salvó miles de vidas, de niños y adultos. Muchos padres podían vivir felices con sus hijos vueltos a la vida y madres gravemente enfermas podían aún amar a sus familias. Padres devastados debido a que nadie podría mantener a sus familias si ellos no estuviesen, habían sido bendecidos con una nueva oportunidad.
Tiempo después entrenó a otros aspirantes a cirujanos para que aplicasen su nueva técnica de operación, y más y más vidas fueron hasta hoy son salvadas.
Un día nuestro muchacho, con algunos años de más, cerró los ojos y vio al Señor. Lleno de odio le preguntó a Dios por qué sus oraciones nunca fueron escuchadas y el Señor le respondió: "Mira a los cielos hijo mío y ve tu sueño cumplido".
Allí podía verse a sí mismo, un niño orando por llegar a convertirse en un soldado. Se vio ingresando al ejército y convirtiéndose en soldado. Era orgulloso y ambicioso, y con la mira puesta en que algún día dirigiría un regimiento completo. Fue convocado a pelear su primera batalla, pero mientras estaba en el campo de batalla una bomba cayó del cielo y estalló junto a él. Luego fue enviado a su familia en una caja de madera.
Todas sus ambiciones estaban destrozadas y sus padres lloraron desconsolados.
Luego el Señor le dijo, "Mira ahora cómo mi plan se ha cumplido a pesar de tu desaprobación".
Una vez más miró a los cielos. Allí vio su vida día a día y las muchas vidas que había salvado. Vio las sonrisas en las caras de sus pacientes y en las de sus familias y la nueva vida que él les había regalado convirtiéndose en cirujano.
Entre sus pacientes vio a un muchacho que también tenía el sueño de llegar a ser soldado algún día, pero desafortunadamente estaba enfermo. Vio cómo le salvó la vida operando al muchacho. Hoy el niño ha crecido y se ha convertido en general. Sólo pudo alcanzar su sueño porque el cirujano había salvado su vida.
El cirujano pudo darse cuenta que el Señor estuvo siempre con él. Entendió cómo Dios había actuado a través de él para salvar miles de vidas y dar un futuro al pequeño niño que deseaba convertirse en soldado.
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